Fiebrefobia

chino bravo
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¿Sabes qué hacer si tu hijo tiene fiebre? ¿Llevarle a urgencias? ¿Darle un antitérmico para bajarla? ¿Observar cómo evoluciona? Estas son las claves para actuar como es debido.



Es un tema de conversación en cualquier Servicio de Pediatría. La fiebrefobia o el miedo que produce la fiebre, lleva muchas veces a colapsos en las Urgencias hospitalarias, por no hablar de las consultas de los centros de salud. Sin embargo, poco pueden hacer los padres para evitarlo. Ver a un hijo con la frente caliente siempre produce angustia y más si el termómetro anuncia cifras escandalosas, algo muy común en los niños más pequeños y más aún en época de escuelas infantiles y colegios.
Sin embargo, si algo tienen claro los pediatras –y de ahí la insistencia en transmitir tranquilidad frente a este síntoma– es que la fiebre por sí sola no es mala, sino todo lo contrario, se trata de un mecanismo de defensa del organismo frente a las infecciones. Así, lo que más importa con respecto a la fiebre no el síntoma en sí, sino a lo que acompaña. Y es ahí cuando los expertos insisten en que lo más importante, mucho más allá de la cifra que indique el termómetro, es el estado general del niño, cómo se encuentra y cómo se comporta.
37º en la axila

Pero como pese a quien pese, ningún padre en su sano juicio va a dejar de tomar la temperatura al pequeño, por bien que le vea, bienvenidos sean algunos consejos sobre la mejor manera de hacerlo. En primer lugar, es importante distinguir cuándo se habla de fiebre. La cifra es por todos conocida, 37 grados, pero es distinta si la temperatura se toma en la axila que en el recto, los dos lugares más recomendados. En este último, el termómetro tendrá que marcar 37,5 grados para considerar que el niño tiene fiebre. En realidad hasta esta cifra, los especialistas prefieren hablar de febrícula y solo mencionar la palabra fiebre cuando se supera.
Una duda que asalta frecuentemente a los padres, sobre todo primerizos, es qué termómetro utilizar. Las cosas han cambiado mucho desde que ellos (los padres) eran niños y ya no es solo que hay muchos más tipos de termómetros disponibles, sino que el clásico, el de mercurio, está prohibido. El veto se remonta a 2007, pero muchos papás guardan como un tesoro uno de aquellos antiguos termómetros. A pesar de ser muy contaminantes (de ahí la prohibición) y poder ser peligrosos para la salud si el mercurio entraba en contacto con el niño, los especialistas reconocen que su fiabilidad era imbatible, por lo que no es raro encontrar casas que conservan los antiguos termómetros como oro en paño.
Ante la prohibición, hay muchas alternativas, principalmente dos: los termómetros digitales y los colorímetricos, una especie de tiras que se depositan en la frente del bebé e indican la temperatura por colores. Los pediatras coinciden en recomendar los digitales sobre estos últimos, pero el problema viene a la hora de estudiar la oferta. Además de estos dos grandes grupos, existen termómetros–chupete y termómetros timpánicos. Estos dos últimos modelos prometen máxima comodidad para los padres y el niño, sobre todo si se trata de un bebé. Sin embargo, mientras que los chupetes que miden la fiebre no son recomendados por los pediatras por los importantes errores que comenten, en el caso de los que miden la temperatura por los oídos ese no es tanto el problema, sino un posible taponamiento timpánico que impida ponerlo en la posición correcta. Además, se trata de un termómetro mucho más caro que no va a ser más preciso que el digital convencional.
Solo hay que bajar la fiebre si el niño se encuentra mal

Una vez tomada la temperatura, vendrá la decisión de intentar o no bajar la fiebre. Aunque pudiera parecer evidente que hay que acabar con este síntoma, de nuevo los médicos advierten: solo hay que plantearse la medicación (y la visita al médico) si el niño se encuentra mal. Y cualquier padre recordará ejemplos de niños con mucha fiebre que corretean por la casa como si no sucediera nada.
Pero en ocasiones la fiebre, sobre todo alta, se acompaña de molestias, frío y dolor de cabeza y es para eso, y no para la fiebre en sí, para lo que se recetan los antitérmicos, principalmente las versiones infantiles de dos clásicos, el paracetamol y el ibuprofeno. Eso sí, los expertos recomiendan no alternar simultáneamente ambos medicamentos. Y siempre, insisten, solo si los niños se encuentran mal. En caso contrario, las indicaciones son claras. No hay que hacer nada, por mucho que el termómetro se empeñe en asustarnos.
Los llamados remedios de la abuela acuden a la mente de los padres con mucha facilidad. Y, como suele suceder, parte de esos consejos centenarios es verdad. Por ejemplo, al niño febril no hay que abrigarlo mucho, por una razón muy sencilla, la fiebre hace que tenga calor «de serie». Así, el consejo es más bien quitarles ropa, aunque siempre con moderación y teniendo en cuenta que el pequeño esté cómodo. Algo similar ocurre con otro de estos remedios, el de meter al niño en una bañera con agua fría. Los pediatras advierten de que aunque, por lógica, la fiebre bajará, no se debe meter a los niños en una bañera muy fría, ya que produciría una sensación muy desagradable. Lo ideal, de nuevo, es la mesura: que el niño se dé un baño puede ser una buena idea, pero la temperatura del agua debe estar solo un poco más baja que la del cuerpo.
En algunos niños la fiebre causa convulsiones

Si hay algo que asuste de la fiebre en los niños son las convulsiones. En estos casos, los niños pueden quedarse más o menos rígidos, con los ojos en blanco y o tener un movimiento incontrolado de las extremidades. Como es lógico, causa una profunda angustia a padres y cuidadores, hasta el punto de que la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria advierte en su web del peligro de accidentes de tráfico al trasladar a los niños a un hospital, dado el estado de alarma de los padres.
Estos episodios están desencadenados por la fiebre, pero no los provocan las altas temperaturas, por esta razón los antitérmicos no previenen las convulsiones que, por cierto, no son un fenómeno especialmente raro. Lo más importante es que, en la mayoría de los casos, son benignas, no tienen nada que ver con la epilepsia y duran muy poco rato. Un tiempo que, eso sí, se hace eterno a los padres. En esos minutos, los progenitores deben tratar de mantener la calma, evitar que el niño se golpee con algún objeto y comprobar que respira bien. No es necesario introducir ningún objeto en la boca, aunque la leyenda urbana hable de una posible mordida de la lengua. Por supuesto, no hay que quitar el ojo del reloj. Cuando pasen diez minutos, sí será necesario el traslado al hospital. Pero no porque a partir de ese periodo la convulsión sea peligrosa, sino porque los pediatras tienen en cuenta la duración del traslado. Solo las convulsiones de más de media hora pueden requerir de tratamiento de choque en el hospital, normalmente un ansiolítico –diazepam– por vía intravenosa. En la gran mayoría de los casos, el niño llegará al hospital ya sin convulsiones, por lo que el viaje de ida y vuelta habrá de ser el mismo.

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